Revelaciones Celestiales de Santa Brígida de Suecia – Libro 8 “El Libro de Reyes & Emperadores”

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Jesucristo dice a los reyes de la tierra, que El es el Rey de los reyes, que reina en la Trinidad y en la Unidad, dándonos soberanos ideas de estos inefables misterios. Es magnífica.

Capítulo 1

Vi un gran palacio de incomprensible magnitud, semejante al cielo sereno, en el cual había innumerables personas colocadas en asientos, cubiertas con vestiduras blancas y resplandecientes como los rayos del sol. En el palacio vi un maravilloso trono en el cual estaba sentado un hombre más resplandeciente que el sol, de incomprensible hermosura, y Señor de inmenso poder, cuyo esplendor era también incomprensible en longitud, latitud y profundidad. Junto al asiento del trono había una Virgen que brillaba con admirable fulgor y tenía puesta una preciosa corona. Todos los concurrentes servían al que estaba sentado en el trono, alabándolo con himnos y cánticos, y honraban con reverencia a aquella Virgen, como a Reina de los cielos.

Entonces el que estaba en el trono me dijo con voz majestuosa: Yo soy el Creador del cielo y de la tierra, un solo verdadero Dios con el Padre y con el Espíritu Santo; porque el Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios; y con todo eso no son tres dioses, sino tres personas distintas y un solo Dios. Mas ahora, podrás decirme, si son tres peronas, ¿por qué no son tres dioses? A lo cual te respondo que Dios es el poder mismo, la sabiduría misma y la bondad misma, de quien procede de todo poder debajo y encima del cielo, toda sabiduría y toda piedad que pueda imaginarse. Así, pues, Dios es trino y uno; trino en personas y uno en esencia. Porque poder y sabiduría es el Padre, de quien proceden todas las cosas, y el cual es poderoso antes de todo, no por nadie sino por sí mismo y eternamente.

Poder y sabiduría es también el Hijo, igual al Padre, mas no como poder originado de sí mismo, sino poderosamente e inefablemente engendrado por el Padre, que es principio de principio, y jamás separado del Padre. Poder y sabiduría es también el Espíritu Santo, el cual procede del Padre y del Hijo, eterno con el Padre y con el Hijo, e igual en majestad y poder. Hay, por tanto, un solo Dios y tres personas, porque una sola es la naturaleza de las tres, una sola la operación y la voluntad, y una sola la gloria y el poder; uno solo en esencia y distintos en la propiedad de las personas. Pues todo el Padre está en el Hijo y en el Espíritu Santo, y el Hijo en el Padre y en el Espiritu Santo, y el Espíritu Santo en ambos en una sola naturaleza de Divinidad; no antes ni después, sino de una manera inefable, donde nada hay anterior ni posterior, nada mayor o menor que lo otro o de otra clase, sino todo inefable e igual; por cuya razón sabiamente está escrito, que Dios es admirable y muy merecedor de alabanza.

Dios, pues, envió su Verbo a la Virgen María por medio de su ángel Gabriel; mas, sin embargo, el mismo Dios que enviaba y era enviado con el ángel, estaba en Gabriel, y en la Virgen antes de la misión de Gabriel. Mas, así que el ángel dijo aquellas palabras, el Verbo tomó carne de la Virgen. Esto Verbo soy yo, que estoy hablando contigo. Envióme el Padre al seno de la Virgen, pero no de suerte que los ángeles careciesen de la vista y presencia de mi Divinidad, sino que yo el Hijo, quien con el Padre y con el Espíritu Santo estuve en el vientre virginal, era el mismo en el cielo con el Padre y con el Espíritu Santo en presencia de los ángeles, gobernándolo y manteniéndolo todo, aunque mi Humanidad, tomada sólo por mí, descansó en el vientre de María.

Yo, que soy un solo Dios, no me desdeño hablar contigo para encontrar mi amor y para robustecer la santa fe cristiana. Y aun cuando te parezca que mi Humanidad está junto a ti y habla contigo, más cierto es que tu alma y tu inteligencia están conmigo y en mí, pues nada me es imposible, nada me es difícil en el cielo ni en la tierra. Yo soy cual poderoso Rey, que cuando viene a la ciudad con su ejército, todo lo llena y ocupa; igualmente mi gracia llena y fortalece todos tus miembros. Yo estoy en ti y fuera de ti, y aunque hablo contigo, soy sin embargo el mismo en la gloria. ¿Qué me es difícil a mí, que con mi poder sustento todas las cosas, con mi sabiduría lo dispongo todo y con mi virtud lo supero todo? Yo, un solo Dios con el Padre y con el Espíritu Santo sin principio y sin fin, que por la salvación de los hombres tomé carne humana, quedando ilesa la divinidad, padecí verdaderamente, resucité y subí a los cielos, ahora en realidad estoy hablando contigo.

Yo soy verdadero Emperador y Señor. No hay señor ninguno más excelente que yo, ni lo hubo antes de mí ni lo habrá después, sino que todo dominio viene de mí y por mí. Yo soy, pues, el verdadero Señor, y nadie debe llamarse verdadero señor sino yo solo, porque de mí procede toda potestad y dominio, y nadie puede resistir a mi poder.

El sumo Emperador Jesucristo hace en presencia de santa Brígida un grande elogio de la Virgen María su Madre y Reina de los cielos. Es revelación que excita en gran manera el amor para con esta gran Señora.

Capítulo 2

Yo soy, dice Jesucristo, Rey coronado en mi divinidad, sin principio ni fin, como tampoco tiene principio ni fin la corona, la cual significa mi poder, que no tuvo principio, ni tendrá fin. Pero tuve guardada en mí otra corona, que soy yo, el mismo Dios. Esta corona fué preparada para el que me tuviese grandísimo amor, y tú, dulcísima Madre mía, adquiriste y ganaste para ti esta corona con justicia y amor. Pues así los ángeles como los demás santos dan testimonio de que tu amor a mí fué más ardiente que el de todos, y tu castidad más pura, la cual me agradó sobre la de todos.

Tu cabeza sobrepujó en belleza al resplandeciente oro, y tus cabellos brillaban como los rayos del sol; porque tu purísima virginidad, que es en ti como la primera de todas las virtudes, y la continencia de todas tus acciones, me agradaron y relucieron en mi presencia con toda humildad; con razón, pues, te llaman Reina coronada sobre todo lo criado: Reina, por tu pureza, y coronada por tu excelente dignidad. Tu frente fué de incomparable blancura, la cual significa el recato de tu conciencia, en la que existe la plenitud del saber humano, y donde brilla sobre todo la dulzura de la sabiduría de Dios.

En la presencia de mi Padre fueron tan relucientes tus ojos, que se miraba en ellos, y en tu visión espiritual y en la mente de tu alma veía el Padre toda tu voluntad, que nada querías sino a él, ni nada deseabas sino según su querer. Tus oídos fueron limpísimos y abiertos como hermosísimas ventanas, cuando Gabriel te manifestó mi voluntad, y cuando ya, Dios, encarnó en ti. Tus mejillas fueron de excelente color, blanco y sonrosado; porque la fama de tus loables acciones y la hermosura de las costumbres con que diariamente estabas inflamada, fueron de mi mayor agrado. Con la hermosura de tus costumbres gozaba verdaderamente Dios Padre y nunca apartó de ti sus ojos, y por tu amor todos obtuvieron también amor.

Tu boca fué a semejanza de la lámpara que arde por dentro y luce por fuera, porque las palabras y afectos de tu alma fueron ardorosos interiormente con la divina inteligencia, y relucían en el exterior por la loable disposición de tus movimientos corporales, y por la hermosísima concordia de tus virtudes. En verdad, amadísima Madre, la palabra de tu boca atrajo en cierto modo a ti mi divinidad, y el fervor de tu divina dulzura nunca me separaba de ti, porque tus palabras son más dulces que el panal de miel. Tu cuello es noblemente erguido y levantado de una manera muy hermosa, porque la justicia de tu alma se halla plenamente enderezada a mí y movible según mi querer, pues nunca estuvo inclinada a ningún mal de soberbia; porque como el cuello se dobla en la cabeza, igualmente se doblaban según mi voluntad todas tus intenciones y obras.

Tu pecho estuvo lleno de la suavidad de todas las virtudes, de tal modo, que no hay bien en mí, que no reluzca en ti, porque con la dulzura de tus costumbres atragiste a ti todo bien, cuando agradó a mi divinidad ir a ti, y a mi Humanidad habitar en ti y beber la leche en tus pechos. Tus brazos fueron hermosos por la verdadera obediencia y tolerancia de los trabajos, y por esta razón tus manos corporales tocaron mi Humanidad, y estuve quieto en tus brazos con mi divinidad.

Tu seno fué limpísimo como el marfil, y como un lugar muy esplendente adornado con preciosas piedras, porque nunca se enfrió la constancia de tu conciencia y de tu fe, y ni aun en la tribulación pudo dañarse. Las formas de tu cuerpo, es decir, de tu fe, fueron como brillantísimo oro, en las cuales se ven la fortaleza de tus virtudes, tu prudencia, justicia y templanza con perfecta perseverancia, porque todas tus virtudes fueron perfectas con el amor de Dios. Tus purísimos y limpios pies estaban como llenos de olorosas hierbas, porque tu esperanza y afectos eran derechos a mí, tu Dios, y olorosos para ejemplo e imitación de los demás. Tu purísimo seno, así espiritual como corporal me era tan apetecido, y tu alma me agradó tanto, que no recelé bajar desde lo alto del cielo para morar en ti, antes al contrario, me deleité en ello de una manera muy grata.

De consiguiente, amadísima Madre, esa corona guardada en mí, la cual soy yo Dios, que debía encarnar, a nadie debió ponérsela sino a ti, por lo que eres en verdad Madre, Virgen y Emperatriz de todas las reinas.

Jesucristo Señor nuestro manifiesta cuánto los esposos deban ser prudentes en corregir a sus esposas.

Capítulo 3

Cuando hay una espina junto al corazón, dice el Hijo de Dios a santa Brígida, no se debe arrancar de repente y con precipitación, sino que ha de cortarse poco a poco y suavemente. Del mismo modo, si la mujer es buena, debe ser amada; mas sin embargo, suele servir de impedimento para el hombre que busca la perfección; y así, el hombre que por medio del matrimonio está ligado a su mujer, en la cual ve su peligro, debe servirse unas veces de palabras suaves, como quien amonesta, otras veces se valdrá con moderación de palabras más severas, como quien enseña, y otras, en fin, cortando por lo sano, como los cirujanos. Pues la mujer debe ser oída con prudencia, para que se consuele modestamente; y debe ser reconvenida en secreto, para que no la desprecien; ha de ser enseñada con decoro, y a veces no debe ser oída, para no faltar a la justicia.

Por tanto, corresponde a la reina tener genio humilde, modestia en sus acciones, prudencia en el obrar y compasión con los miserables. Pues con la prudencia de su mujer se aplacó David para no cometer un pecado; con la humildad llegó Ester hasta el trono y perseveró en él; pero con la soberbia y la codicia fué repudiada Jezabel. Y la Virgen María, mi Madre, por su compasión y amor de Dios fué nombrada Madre de todos en los cielos y en la tierra.

Y puesto que esta reina por quien pides busca de mí un consejo por mediación tuya, respóndele de mi parte y dile, que ella tiene varios impulsos e inspiraciones procedentes de dos espíritus, que son el bueno y el mal espíritu, y acerca de esto te hablaré en otra ocasión.

Jesucristo amonesta de nuevo y amenaza con palabras muy graves a la princesa antedicha, si prosigue en mal camino.

Capítulo 4

Esa reina de quien antes te he hablado, dice el Señor a la Santa, me pidió consejo por tu conducto, y sabedora ya del consejo que le he dado, le parece muy penoso. Dile, pues, ahora: que en tiempo del profeta Elías, había una reina que amó su descanso más que a mí, era perseguidora de las palabras de verdad, y creía mantenerse en el trono por su sagacidad; pero aconteció que no solamente fué el desprecio y vilipendio de todos, así como antes había sido honrada, sino que hasta en su muerte padeció tribulaciones.

Por tanto, yo, Dios, que con mucha claridad veo y sé lo futuro, le digo ahora a esa reina, que su tiempo es corto, grave la cuenta que ha de dar el día del juicio, y su fin no será como su principio, a no ser que obedeciere mis palabras.

Como cierto palaciego menospreciase de un modo irrisorio la ley de Dios, el Señor manda al rey por medio de santa Brígida que no le deje sin castigo, pues de lo contrario, el mismo rey experimentará en sí la cólera divina.

Capítulo 5

Por qué te afliges, le dice el Señor a la Santa, porque sufro con tanta paciencia a ese que se burlaba de mí? ¿Sabes lo penoso que es arder para siempre? Pues cuando se siembran plantas para tintes, si se cortan antes de su debido tiempo, no sirven para dar color, como cuando se cogen en tiempo oportuno. Igualmente mis palabras, que han de manifestarse con justicia y misericordia, deben ir creciendo hasta llegar a su plena madurez, y entonces son más adecuadas para donde han de aplicarse, y darán conveniente colorido a mi virtud.

Guárdese, pues, ese rey, no sea que su alma pague por el alma de este otro que se burla de mí. Porque al que por amor de Dios corrige al pecador para que no sea castigado por Dios, según hizo Moisés, se le duplicará la corona, tanto porque aplaca la ira del Señor, como porque disminuye la pena del delincuente, para que no sea este castigado por toda la eternidad. Pero el que evita corregir al delincuente, duplicará la pena, aumentando ésta para lo futuro y no obrando en justicia.

La Madre de Dios dice de sí misma que es un vaso lleno de gracia, y cómo la reparte en el corazón de sus devotos.

Capítulo 6

Apareciósele a santa Brígida la Reina del cielo, y le dijo: Oye tú, que ves las cosas espirituales, ven conmigo para hablar del Espíritu Santo. Yo soy un vaso lleno y colmado, y al modo que se llena de agua el vaso que está debajo del torrente, y aunque el agua se derrama, el vaso siempre está lleno con lo que del torrente cae; igualmente, mi alma cuando fué criada y unida al cuerpo, se llenó de las caudalosas aguas del torrente del Espíritu Santo, del que nunca después se ha visto privada. Por tanto, todo el que viniere a mí con humildad y puro corazón, recibirá auxilio del Espíritu Santo.

Así, pues, bien puedo llamarme vaso lleno, porque cuando estaba yo en el mundo, el Hijo de Dios vino a mi cuerpo derramando el torrente de su gracia, y tomando de mí carne y sangre, moró en mí, hasta que de mí nació de la manera que correspondía naciese el Hijo de Dios. Habiendo nacido y llegado a mis manos, alegráronse los ángeles y anunciaron la paz a la tierra. Después mi Hijo padeció de una manera cruel la pena de muerte, cuando a fuerza de azotes se rompía su cutis, los clavos horadaban sus huesos, y se partió su corazón después de estar desfallecidos todos tus miembros.

Mas este acontecimiento de su muerte fué de suma importancia, porque con él se disminuyó el poder del demonio y abriéronse las puertas del cielo. La Pasión de mi Hijo la comparo al trueno, cuya llegada se ve primero a lo lejos por medio de la luz, y después viene el sonido; igualmente, la Pasión de mi Hijo fué anunciada por boca de los profetas mucho antes que el viniese. Pero después que murió mi Hijo, hubo gran ruido y estruendo que se dejó oir mucho tiempo después de su Pasión, y predicábase ésta, y por ella dieron muchos de buena gana su vida.

Mas ahora se halla mi Hijo tan puesto en olvido y menospreciado, que muchos no estiman en nada su muerte. Unos dicen que no saben si vino o no mi Hijo; otros lo saben, pero no hacen ningún caso, y pocos hay que con amor recuerden su muerte.

Por consiguiente, a fin de recordar la Pasión de mi Hijo, han venido al mundo las palabras de Dios, reveladas también a ti por disposición del Señor.

Admirable revelación en la que se dan incomparables ideas sobre la divinidad y atributos de Dios. Refiérese también aquí el muy temible juicio y sentencia dada por Jesucristo contra tres reyes, con mucha más doctrina y eternos principios, muy propios para infundir en el alma el santísimo temor de Dios. Léase con atenta reflexión.

Capítulo 7

Ya te he dicho, hija mía, le dice la Madre de Dios a santa Brígida, que aquella sería la última carta que había yo de enviarle a ese rey tu amigo, lo cual debe entenderse respecto a las cartas referentes a su persona particular y la mía. Pues si alguno que estuviera sentado oyese algo útil relativo a un amigo y que debiera referírsele a éste, ya fuese una noticia alegre, ya una carta de saludable reprensión, ambos serían dignos de recompensa, así el que lo decía, como el que venía a referirlo. Igualmente, la justicia de Dios, justa en la equidad y justa en la misericordia, quiere publicar la justicia y la misericordia: por tanto, todo el que quisiere oir, oiga, pues no es carta de reprensión, sino doctrina de justicia y de amor de Dios.

Cuando en otro tiempo se enviaba a cualquiera una carta, contenía reprensión y aviso, reconvenía por la ingratitud habida con los beneficios, y amonestaba sobre la enmienda de costumbres. Mas ahora la justicia de Dios enseña una hermosa doctrina que pertenece a todos, y el que la oyere y con fe la pusiere en práctica, encontrará el fruto de salvación y de la vida eterna.

Pero podrás preguntar ¿por qué las palabras de Dios se profieren tan obscuramente, que se pueden interpretar de diversos modos, y a veces las entiende Dios de una manera y los hombres de otra? A lo cual te respondo, que Dios puede aquí compararse al cosechero que fabrica el aguardiente, el cual se hace del vino: tiene este cosechero muchos tubos, unos ascendentes y otros descendentes, por los cuales en virtud del calor del fuego, ya sube el vino ya baja. Igualmente hace Dios con sus palabras, porque unas veces sube por medio de la justicia, y otras baja por la misericordia, según se vió en aquel rey, a quien el Profeta dijo que moriría, y sin embargo, después la misericordia le concedió muchos años de vida.

Otras veces baja Dios también por medio de la sencilla expresión de palabras y de la acción corporal; pero vuelve a subir por la inteligencia espiritual, como acaeció con David, a quien se dijeron muchas cosas en nombre de Salomón, y se cumplieron y fueron entendidas en el Hijo de Dios. En otras veces también habla Dios de cosas futuras como si fueran pasadas, y une lo presente con lo futuro; porque como un solo punto, reside todo en Dios, lo presente, lo pasado y lo futuro.

Ni tampoco debes extrañar que hable Dios de una manera tan obscura, pues esto se hace por cuatro razones. La primera es, para manifestar Dios su gran misericordia, no sea que oyendo alguien la justicia de Dios, desespere de su misericordia; porque cuando el hombre muda su propósito de pecar, Dios también muda entonces el rigor de su sentencia. La segunda razón es, para que Dios recompense más a causa de la fe y de la esperanza a los que creen en su justicia y en sus promesas. La tercera es, porque si en detereminado tiempo se supiera el juicio de Dios, algunos se afligirían mucho a causa de los sucesos contrarios ya previstos; otros por hastío desistirían de su deseo y fervor; y así por esto, cuando a alguien escribo algunas palabras, no expreso si él las creerá y pondrá en práctica o no, y ni aun a ti te declaro si él las creerá y pondrá en práctica o no, porque no te es lícito saberlo, ni el hombre debe atreverse descaradamente a discutir las palabras de Dios; porque el Señor es quien del orgulloso hace el humilde, y del enemigo un amigo. La cuarta razón es, para que el que busca ocasión de aprender la encuentre, y los que pecan sean castigados, y los buenos se hagan más patentes y conocidos.

El Hijo de Dios, añadió la Santa, me estuvo hablando y dijo: Si alguien hablase por un tubo que tuviera tres conductos y dijese al que lo oía: Nunca oirás mi voz por este conducto; no debería ser reconvenido, si después hablara por los dos conductos restantes. Igualmente acontece ahora con nuestras palabras; pues aunque la Virgen, mi Madre, haya dicho que aquella era la última carta que había de enviar al rey, esto debe entenderse de su propia persona. Pero ahora yo, Dios, que estoy en mi Madre y mi Madre en mí, le envió mi mensajero al rey, tanto por los que en el día viven, como por los que todavía no han nacido.

Desde la eternidad existen en Dios la justicia y la misericordia, porque desde la eternidad fué justicia en Dios, que estando Dios lleno de sabiduría, de bondad y de poder antes de todas las cosas, quiso que muchos participaran de su bondad, y por esto creó a los ángeles, de los que algunos considerando su hermosura, deseaban ser más que Dios. Arruináronse, por tanto, y bajo los pies de Dios se hicieron perversos demonios. Pero aun con estos tiene Dios misericordia en cierta manera; porque cuando por justicia y permisión de Dios el demonio obra el mal que desea, se desahoga en cierto modo con la prosperidad de su malicia, no porque con esto se disminuya la pena del demonio, sino que viene a sucederle como al enfermo que tiene un poderosísimo enemigo, que se consuela con saber la muerte de este, aunque por ello no se disminuya el dolor de su enfermedad: igualmente el demonio, a causa de la envidia de que está devorado, parece como que se aplaca y mitiga la sed de su malicia, cuando castiga a los hombres.

Pero viendo Dios la diminución de su ejército a causa de la caida de los demonios, creó al hombre, para que obedeciera sus mandamientos, y diese fruto, hasta que subieran al cielo tantos hombres cuantos fueron los ángeles caidos del mismo cielo. El hombre, pues, fué creado perfecto, y habiendo recibido el mandamiento de la vida, no atendió a Dios ni a su honra, sino que prevaleció consintiendo con la sugestión del demonio, y dijo: Comamos del árbol de la vida, y lo sabremos todo como Dios. Estos que pensaron así, a saber, Adán y Eva, no desearon a Dios el mal como el demonio, ni aun quisieron ser sobre Dios, sino quisieron ser sabios como Dios; por tanto, cayeron, mas no como el demonio, porque éste tenía envidia de Dios, y así no tendrá fin su miseria.

Mas el hombre, porque quiso otra cosa distinta de la que Dios quería que quisiese, mereció y obtuvo justicia con misericordia. Entonces sintieron la justicia aquellos primeros padres del linaje humano, cuando tuvieron la desnudez en lugar de la vestidura de la gloria, el hambre en vez de la abundancia, el ardor de la carne en vez de la tranquilidad, y el trabajo en lugar del descanso. Mas al punto también alcanzaron misericordia, y contra la desnudez tuvieron vestido, contra el hambre comida, y seguridad de la mutua unión para aumentar su prole; aunque Adán fué de honestísima vida, nunca tuvo otra esposa sino Eva, ni ninguna otra mujer sino ella sola.

Dios también tiene justicia y misericordia con las almas. Hizo Dios tres cosas sobresalientes. En primer lugar los ángeles, que tienen espíritu, pero no carne: en segundo lugar el hombre, que tiene alma cuerpo, y lo tercero los animales, que tienen cuerpo pero no alma racional como la del hombre. El ángel, pues, por ser espíritu, está continuamente unido a Dios, y así no necesita auxilio humano; pero el hombre, porque es de carne, no puede estar continuamente unido a Dios, hasta que lo mortal se aparte del espíritu. Y por consiguiente, para que subsista, le creó Dios los animales irracionales, como ayuda y para que le obedezcan y sirvan en cuanto puedan de ellos usar. Y aun con estos animales irracionales tiene Dios misericordia; porque no se ruborizan de sus miembros, ni tienen dolor cuando se acerca su muerte antes que llegue ésta, y se contentan con una sencilla comida.

Después, cuando permitió Dios el diluvio, hizo también justicia con misericordia. Pues bien hubiera podido el Señor en más corto tiempo haber llevado el pueblo de Israel a la tierra de promisión; pero fué justicia que los vasos que debían contener exquisita bebida, se probaran y limpiasen primeramente, y después fuesen santificados; pero también tuvo Dios con ellos gran misericordia, porque con la oración de un solo hombre, que fué Moisés, borró los pecados de todos, y les concedió su divina gracia. Igualmente, después de mi Encarnación nunca hay justicia sin misericordia, ni misericordia sin justicia.

Entonces resonó por lo alto una voz que decía: Oh Madre de misericordia, Madre del eterno Rey, alcanzadnos misericordia. A vos llegaron los ruegos y lágrimas de vuestro siervo el rey. Sabemos que es justicia se castiguen sus pecados; pero alcanzadle misericordia, para que se convierta, haga penitencia y dé honra a Dios. Y respondió el espíritu: Cuatro diferencias de justicia hay en Dios. La primera es, que el que es increado y eternamente existe, sea honrado sobre todas las cosas, porque de él dimanan todas, en él viven y subsisten todas las cosas criadas. La segunda justicia es, que el que siempre fué y es, y en la época designada nació temporalmente, sea servido por todos y lo amen con toda pureza. La tercera justicia es, que el que por sí es impasible y por su Humanidad se hizo pasible, y después de tomar para sí la mortalidad, alcanzó la inmortalidad para el hombre, sea deseado sobre todas las cosas que pueden desearse y que son dignas de ser deseadas. La cuarta justicia es, que los que son inconstantes busquen la verdadera estabilidad, y los que están en las tinieblas, deseen la luz, que es el Espíritu Santo, y pidan su auxilio con contrición y verdadera humildad.

Pero en cuanto a ese rey, siervo de la Madre de Dios, y por el cual ahora se pide misericordia, dice la justicia que no tiene ya bastante tiempo para purgar dignamente, según lo que la misma jusiticia exige, los pecados que tiene cometidos contra la misericordia de Dios, ni su cuerpo podría sufrir la pena merecida por esos pecados. Con todo, la misericordia de la Madre de Dios le ha valido y ha alcanzado para ese siervo suyo la misericordia, de que oiga él lo que tiene hecho y cómo podrá enmendarse, si quisiere tener compunción y convertirse.

Y en aquel instante, dice santa Brígida, vi en el cielo una casa de admirable hermosura y magnitud, y en la casa había un púlpito, y en el púlpito un libro, y vi dos que estaban de pie delante del púlpito, que eran el ángel y el demonio, y uno de ellos, el cual fué el demonio, decía: Mi nombre es un ¡ay! eterno y formidable. Así pues, este ángel y yo andamos tras una cosa que deseamos mucho, porque vemos que el poderosísimo Señor se propone edificar una cosa sublime, y por esto trabajamos, el ángel para la perfección de la cosa, y yo para su destrucción. Pero acontece que cuando esa cosa apetecible, que es cierta alma, viene casualmente a mis manos, tiene tanto fervor y ardimiento, que no puedo tenerla; y cuando alguna vez llega a las manos del ángel, está tan fría y resbaladiza, que al momento se escurre de sus manos.

Y como yo mirase atentamente el mismo púlpito con toda mi consideración mental, mi entendimiento no bastaba para comprender cómo era, ni mi alma podía comprender su hermosura, ni mi lengua expresarla. El aspecto del púlpito era como un rayo del sol, el cual tiene color rojo y blanco, y de resplandeciente oro. El color de oro era como el sol refulgente, el blanco era tan puro como la nieve, el rojo era como una rosa encarnada; y cada color se veía en el otro; pues cuando miraba yo el color de oro, veía en él el rojo y el blanco; y cuando miraba el blanco, veía en él los otros dos colores, e igualmente acaecía, cuando miraba el color rojo; de manera, que cada color se veía en el otro, y no obstante cada cual era distinto del otro y por sí existía, pero en un todo y por todas partes parecián iguales.

Y como yo mirase hacia arriba, no pude comprender la longitud ni la latitud del púlpito; y mirando hacia abajo, no pude ver ni comprender lo inmenso de su profundidad, porque todas estas cosan eran incomprensibles para ser consideradas. Vi después en el mismo púlpito una cosa resplandeciente como brillantísimo oro, que tenía forma de libro, el cual estaba abierto, y su escritura no estaba hecha con tinta, sino que cada palabra del libro estaba viva, y hablaba por sí misma, como si cualquiera dijese: Haz esto o aquello, y al punto estuviese hecho con sólo proferir la palabra. Nadie leía la escritura de aquel libro, pero todo lo que esta escritura contenía, veíase en el púlpito y en aquellos colores.

Delante de ese púlpito vi a un rey que todavía vive en el mundo: al lado izquierdo del púlpito vi a otro rey muerto, que estaba en el infierno, y a la derecha del mismo púlpito vi a otro rey muerto que estaba en el purgatorio. El referido rey vivo estaba sentado y con corona en un globo de cristal, y sobre el globo colgaba una horrorosa espada de tres puntas, que a cada instante se iba aproximando al globo, como el minutero de un reloj se acerca a su señal. A la derecha de este rey vivo estaba un ángel, el cual tenía un vaso de oro y un frasco; y a la izquierda estaba el demonio con unas tenazas y un martillo; y ambos contendían sobre quién hubiese de tener la mano más próxima al globo de cristal, cuando la espada tocase a éste y lo rompiera.

Oí entonces la horrorosa voz de aquel demonio, que decía: ¿Hasta cuándo ha de ser esto? Nosotros dos vamos tras una misma presa, pero ignoramos de quién será la victoria. Y al punto me dijo la justicia divina: Las cosas que aquí se te muestran no son corporales, sino espirituales; ni el ángel ni el demonio son corporales, pero se hace así, porque tú no puedes entender las cosas espirituales sino por semejanzas corporales. El rey vivo se te representa en un globo cristal, porque su vida es como un cristal quebradizo y va al punto a concluir. La espada de tres puntas es la muerte, la cual, cuando llega, hace tres cosas: debilita el cuerpo, altera la conciencia y mortifica todas las fuerzas, dividiendo de la carne el alma como una espada.

El ángel y el demonio que contienden acerca del globo de cristal, significa que ambos desean poseer el alma del rey, la cual se adjudicará a aquel, a cuyos consejos más obedeciere. El ángel con un vaso y un frasco significa, que como el niño descansa en el seno de la madre, así el ángel procura que el alma sea presentada a Dios en un vaso, y descanse en el seno del consuelo eterno. El diablo con las tenazas y el martillo significa, que el demonio atrae a sí al alma con las tenazas del deleite ilícito, y la deshace con el martillo, esto es, con el concurso y perpetración de los deleites.

El globo de cristal, unas veces demasiado ardiente, y otras muy resbaladizo y frío, significa la inconstancia del rey, porque puesto en la tentación, piensa dentro de sí del siguiente modo: Aunque sé que ofendo a Dios si ejecuto lo que he pensado, con todo, por esta vez llevaré a cabo mi idea, pues por ahora no puedo retraerme de ella. Y de este modo peca a sabiendas contra su Dios; y pecando a sabiendas, viene a parar a las manos del demonio. Vuelve después el rey a confesarse, y por segunda vez se escapa de las manos del demonio, y viene a poder del ángel bueno. Por tanto, si este rey no abondona su inconstancia, se halla en gran peligro, porque tiene débil cimiento.

Al lado izquierdo del púlpito vi después a otro rey muerto, que había sido condenado al infierno. Tenía puestas las vestiduras reales, y se hallaba sentado en un trono; pero estaba muerto, pálido y muy horroroso. Delante de él había una rueda con cuatro rayas en su extremo, la cual se movía según el estado del rey; y cada raya subía o bajaba, según quería el mismo rey, porque el movimiento de la rueda estaba a su albedrío: tres de aquellas rayas contenían algo escrito, pero en el cuarto no había nada. A la derecha de este rey vi un ángel en forma de un hombre hermosísimo, y tenía vacías las manos, pero servía al púlpito. Y al lado izquierdo del mismo rey, había un demonio con cabeza como de perro; tenía un vientre insaciable y el ombligo abierto, bullendo con veneno de todos los colores ponzoñosos, y en cada pie llevaba tres uñas grandes, agudas y fuertes.

Entonces, una persona hermosísima como el sol, y admirable a la vista a causa de su resplandor, me dijo: Ese rey que ves, es infeliz, y ahora se te manifestará su conciencia, cual la tuvo en el reino, y en su intención cuando falleció, pero qué conciencia tuvo antes del reino, no te es lícito saberlo. Sin embargo, has de tener entendido, que ante tus ojos no se halla su alma, sino su conciencia; y puesto que ni el alma ni el demonio son corporales sino espirituales, por medio de semejanzas corporales se te manifiestan a ti las tentaciones y suplicios del demonio.

Y al punto, aquel rey muerto comenzó a hablar, no con la boca, sino con el cerebro, y dijo así: Oh consejeros míos, esta es mi intención: quiero poseer y guardar todo lo que está sujeto a la corona de mi reino, y también quiero trabajar, para que lo obtenido se aumente y no se disminuya. ¿Qué me importa indagar el medio cómo se haya obtenido? Bástame, si pudiere defender lo alcanzado y aumentado. Entonces dijo en alta voz el demonio: Ya esta taladrado de parte a parte, ¿qué ha de hacer ahora mi garfio? Respondió la justicia desde el libro que estaba en el púlpito, y dijo al demonio: Ponle en el agujero el garfio, y atraételo a ti. Y al profetir la justicia estas palabras, se le puso el garfio; pero en aquel momento acudió delante del rey el martillo de la misericordia, con el cual hubiera el rey podido romper el garfio, si en todo hubiese inquirido la verdad y mudado provechosamente su propósito.

Por segunda vez habló el rey y dijo.: Oh consejeros y favoritos míos, vosotros me tomasteis por señor, y yo a vosotros por consejeros; y así, os digo que hay en el reino un hombre, el cual es traidor de mi honra y de mi vida, maquinador contra el bien del país, y perseguidor de la paz y del provecho común de los pueblos del reino. Si este hombre se permite y se tolera, sufrirá perjuicio la república, prevalecerá la discordia, y se aumentarán en el reino las calamidades intestinas. Así los doctos como los indoctos, así los poderosos como el vulgo me creían lo que yo les decía, de suerte que aquel hombre a quien infamé suponiéndolo traidor, sufrió gran perjuicio y vergüenza, y fué condenado a destierro.

Pero bien sabía mi conciencia la verdad del asunto, y que contra ese dije mucho por ambición del reino y por temor de perderlo, para extender mi honra, y para que el reino quedase más seguro para mí y para mis descendientes. Y aunque sabía yo la verdad de cómo fué adquirido el reino y cómo ese hombre quedó injuriado, dije para mí: Si otra vez lo recibo en mi amistad y descubro la verdad, recaerá en mí todo el daño y oprobio; y por esta razón me resolví a morir, antes que decir la verdad y desvirtuar mis injustas palabras y obras. Entonces respondió el demonio: Oh Juez, he aquí cómo este rey me da la lengua. Y dijo la justicia divina: Echale el lazo. Y habiéndolo hecho así el demonio, al punto que echó el lazo, colgaba delante del rey un agudísimo hierro, con el que, si hubiese querido, hubiera podido cortar el lazo y destrozarlo.

Hablaba otra vez el rey, y decía: Oh consejeros míos, yo consulté acerca del estado del reino a eclesiásticos y personas sabias, quienes me dijeron, que si confiaba yo el reino a otras manos, ocasionaría perjuicio a muchos y sería traidor de vida y honra y violador de la justicia y de las leyes; y, sin embargo, para sostenerme en el reino y defenderlo de las acometidas, creí, según mi ambición, ser conveniente arbitrar nuevos recursos, porque las antiguas rentas fiscales no bastaban para gobernar y defender el reino según mis ideas. Pensé, pues, imponer varias contribuciones nuevas y recursos fraudulentos en perjuicio de muchos moradores del reino, y aun de inocentes viajeros y traficantes, y en estas arbitrariedades me propuse perseverar hasta la muerte, aunque me decía mi conciencia que todo esto era contra Dios, contra toda justicia y contra la moral pública. Entonces dijo en voz alta el demonio: Oh Juez, sus dos manos tiene este rey inclinadas debajo de mi vaso de agua. ¿Qué ha de hacer? Y respondió desde el libro la Justicia: Vierte sobre ellas tu veneno. Y al punto que el demonio vertió el veneno, se presentó delante del rey un vaso de bálsamo, con el que bien hubiera podido el rey calmar aquel veneno.

Entonces gritó con fuerza el demonio, y dijo: Estoy viendo una cosa admirable y que no puedo comprender. Puse mi garfio en el corazón de este rey, y al punto se le proporcionó un martillo; le eché mi lazo a su boca, y se le da un agudísimo hierro, y vertí mi veneno en sus manos, y se le presenta un vaso de bálsamo. Y respondió la Justicia desde el libro que en el púlpito estaba, y dijo: Todo tiene su tiempo, y tanto la misericordia como la justicia se saldrán al encuentro.

Después de esto me dijo la Madre de Dios: Ven, hija; mira y oye qué es lo que sugiere al alma el espíritu bueno y qué al malo. Pues todo hombre recibe inspiraciones y visitas, unas veces del espíritu bueno y otras del malo, y nadie hay que mientras vive no haya sido visitado por Dios. Y al instante volvió a aparecer el mismo rey muerto, a cuya alma, mientras él vivía, el buen espíritu le inspiraba así: Amigo, con todas fuerzas éstas obligado a servir a Dios, porque te ha dado vida, conciencia, entendimiento, salud y honra, y además te sufre en tus pecados. Respondió la conciencia del rey, hablando por medio de una semejanza: Cierto es que estoy obligado a servir a Dios, por cuyo poder he sido creado y redimido, y por cuya misericordia vivo y subsisto.

Pero el espíritu malo le sugería al rey por la inversa, y decía: Hermano, te voy a dar un buen consejo: haz como el que limpia fruta, que tira los desperdicios o corteza, y guarda para sí el meollo y lo más útil. Haz tú lo mismo, Dios es humilde y misericordioso, paciente y de nadie necesita: dale, pues, aquellos bienes de que fácilmente puedas carecer, pero resérvate para ti lo más útil y apetecible. Haz también cuanto te deleita respecto a la carne, porque fácilmente puede enmendarse; y lo que no te agrada el hacerlo, déjalo, y en su lugar da limosnas, pues con ellas pueden consolarse muchos. Y respondió la mala conciencia del rey: Este consejo es útil. Podré dar algo, de que no se me siga el menor perjuicio, y no obstante, Dios lo considerará como gran cosa; pero lo demás lo reservaré para mis propios usos y para granjearme la amistad de muchos.

Hablaba después el ángel designado para custodia del rey, y por medio de inspiraciones, le decía: Amigo, piensa que eres mortal, y que pronto has de morir. Piensa también que esta vida es breve, y Dios, juez justo y paciente, que examina todos tus pensamientos, palabras y obras desde que tuviste uso de razón hasta el final de tu vida, y que juzga también todos tus afectos e intenciones y nada deja sin discutir: aprovecha, pues, discretamente tu tiempo y tus fuerzas. Dirige tus miembros para provecho de tu alma, y vive modesto sin seguir los deseos y apetitos de la carne; porque los que viven según la carne y según su voluntad, no van a la patria de Dios.

Mas al punto el espíritu diabólico persuadió al rey a la inversa con sus inspiraciones, y le decía: Hermano, si de todas tus horas y momentos has de dar cuenta a Dios, ¿cuándo has de gozar? Oye mi consejo: Dios es misericordioso, y fácilmente se aplaca. No te hubiese redimido, si quisieria perderte; y así dice la Escritura, que por la contrición se perdonan todos los pecados. Haz como hizo un hombre astuto, que debía pagar a un acreedor suyo veinte libras de oro, y no teniendo medios para ello, consultó con un amigo suyo, el cual le aconsejó tomar veinte libras de cobre y dorarlas con una libra de oro, y pagar así al acreedor; y obrando según este consejo, dió al acreedor aquellas veinte libras de cobre bañadas en oro, y se ahorró diez y nueve libras de oro.

Haz tú lo mismo; invierte diez y nueve horas de tu tiempo en tus deleites, placeres y goces, y con una sola hora te basta para contristarte y moverte a compunción. Antes y después de la confesión haz con valor lo que te deleita, porque al modo que el cobre bañado en oro aparece ser todo oro, así las obras pecaminosas, las cuales se designan por el cobre, se borrarán si están doradas por la contrición, y todas tus obras resplandecerán como el oro. Respondió la mala conciencia del rey: Este consejo me parece agradable, porque obrando así, puedo disponer de todo mi tiempo para mis goces.

El ángel bueno hablaba también con sus inspiraciones al rey y le decía: Amigo, piensa primeramente con qué bondad te sacó Dios del estrecho vientre de tu madre: piensa, en segundo lugar, con cuánta paciencia te deja Dios vivir; y piensa, por último, con cuánta amargura te redimió de la muerte eterna. Mas el demonio le inspiraba por el contrario al rey, y le decía: Hermano, si Dios te sacó del estrecho vientre de tu madre a la anchura del mundo, piensa también que otra vez te sacará del mundo por medio de una dura muerte. Y si Dios sufre que vivas mucho, piensa también que en esta vida tienes muchas incomodidades y tribulaciones contra tu voluntad. Y si Dios te redimió con su dura muerte, ¿quién le obligó a ello? Pues tú no se lo rogaste.

Entonces el rey, como hablando en su conciencia, respondió interiormente: Verdad es lo que sugieres; pues más me aflijo porque he de morir, que porque nací del vientre de mi madre, más penoso me es también sufrir las adversidades del mundo y las contradicciones de mi genio, que cualquiera otra cosa. Si se me diese a escoger, preferiría vivir en el mundo sin tribulación y tener consuelo, más bien que separarme del mundo; y también preferiría vivir perpetuamente en el mundo con felicidad mundana, más bien que Jesucristo me hubiese redimido con su propia sangre; ni tendría yo empeño en ir al cielo, si según mi voluntad pudiera disponer del mundo en la tierra.

Entonces oí salir una voz del púlpito, que decía: Quita al instante del rey el vaso del bálsamo, porque ha pecado contra Dios Padre. Dios Padre, que eternamente existe en el Hijo y en el Espíritu Santo, dío por medio de Moisés una ley verdadera y recta; y este rey ha establecido una ley contraria y perversa. Mas porque este mismo rey ha hecho algo bueno aunque no con buena intención, se le permite poseer el reino mientras viva, para que de esta suerte sea recompensado en el mundo.

Habló por segunda velz la voz del púlpito, y decía: Quita de los ojos del rey el hierro afiladísimo, porque ha pecado contra el Hijo de Dios; pues este dice en el Evangelio, que será juzgado sin misericordia el que no tuvo misericordia. Este rey no quiso tener misericordia con el injustamente afligido, ni corregir su error, ni aun mudar su perversa voluntad. No obstante, a causa de algunas obras buenas que ha hecho, se le dará por recompensa que diga palabras de sabiduría y por muchos sea reputado sabio.

Habló por tercera vez la palabra de la Justicia y dijo: Quítesele a ese rey el martillo, porque ha pecado contra el Espíritu Santo. El Espíritu Santo perdona los pecados a todos los que se arrepienten; mas este rey se ha propuesto perseverar hasta el fin en su pecado. No obstante, porque ha hecho algo bueno, concédasele lo que con más ahinco desea en este mundo, que es su misma esposa, la cual le agrada sobremanera, y de esta suerte puede tener un tranquilo y dichoso fin según el mundo.

Al acercarse el tiempo del fallecimiento del rey, dijo en alta voz el demonio: Se ha quitado el vaso del bálsamo; por consiguiente, le sujetaré las manos para que no haga obras buenas. Y al punto quedó el rey privado de fortaleza y de salud. Enseguida dijo el demonio: Se ha quitado el afiladísimo hierro; y por consiguiente, le echaré mi lazo. Y al punto quedó el rey privado del habla. En el mismo momento dijo la Justicia al ángel que había sido designado para custodio del rey: Indaga en la rueda, mira qué raya esté hacia arriba, y lee lo que tenga escrito. Estaba hacia arriba la cuarta raya, y en ella nada había escrito, sino que estaba limpia. Entonces dijo la Justicia: Puesto que esta alma amó lo que está vacío, vaya ahora a recibir la recompensa con su amante. Y al punto fué separada del cuerpo el alma del rey. Así que salió el alma, gritó el demonio: Ahora destrozaré el corazón de este rey, pues poseo su alma.

Vi entonces cuán inmutado se hallaba el rey desde los pies hasta la extremidad de los cabellos, y aparecía tan horrible, como un animal enteramente despellajado y corrupto. Habiánsele saltado los ojos, la carne toda estaba como a pelotones, y oíasele decir: ¡Ay de mí! que he quedado como el cachorro que nace sin vista y busca los pechos de la madre porque a causa de mi ingratitud no veo los pechos de mi madre. ¡Ay de mí! porque en mi ceguera veo que jamás he de ver a Dios; pues mi conciencia comprende ahora por qué caí, y qué hubiera debido y no lo hice. ¡Ay de mí! que por providencia de Dios nací en el mundo y renací en el bautismo; pero me olvidé de Dios y lo abandoné; y puesto que no quise beber la leche de la dulzura divina, soy ya más semejante a un perro ciego, que a un niño que ve y vive.

Mas ahora contra mi voluntad, aunque haya sido rey, estoy obligado a decir la verdad. Como con tres cuerdas estaba yo atado y tenía precisión de servir a Dios; y era: por el bautismo, por el casamiento y por la corona del reino. Mas el primero lo menosprecié, cuando volví mi afecto a las vanidades del mundo: del segundo no cuidé, cuando deseaba la mujer ajena; y la tercera la desdeñé, cuando me ensoberbecía con el poder terreno, y no pensaba en el poder celestial. Por tanto, aunque ahora estoy ciego, veo no obstante en mi conciencia, que por haber despreciado el bautismo, debo estar atado al odio del demonio; por el desordenado apetito de mi carne, debo sufrir el veneno del demonio; y por la soberbia, debo estar amarrado a los pies del demonio.

Entonces respondió el demonio: Hermano, ya es tiempo de que yo hable y de que hable con obras. Ven a mí, no con amor sino con odio. Yo fuí el mas hermoso ángel, y tú un hombre mortal. El poderosísimo Dios me concedió el libre albedrío; pero porque hice de él mal uso, y quise más aborrecer a Dios para aventajarle, que amarlo, caí como quien tiene la cabeza hacia abajo y los pies hacia arriba. Tú, como todos los hombres, fuiste creado después de mi caída, y alcanzaste sobre mí el especial privilegio de ser redimido con la sangre del Hijo de Dios, y yo no. Luego porque despreciaste el amor de Dios, vuelve tu cabeza a mis pies, y yo recibiré en mi boca tus pies, y así estamos unidos mutuamente, como cuando hay dos, y el uno tiene metida una espada en el corazón de su compañero, y este tiene clavado un cuchillo en las entrañas de aquel.

Púnzame, pues, con tu ira, que yo te punzaré con mi malicia. Y puesto que tuve cabeza, esto es, inteligencia para honrar a Dios si hubiese querido, y tú tuviste fortaleza para ir a Dios, y no quisiste, mi terrible cabeza consumirá tus fríos pies. Serás continuamente devorado, pero no te consumirás, sino que te renovarás para seguir padeciendo lo mismo. Unámonos también con tres cuerdas. La primera cuerda debe unir tu ombligo con el mío, para que cuando yo respire, atraigas a ti mi veneno, y cuando tú respires, atraiga yo a mí tu interior. Y así es justo, porque te amastes a ti mismo más que a tu Redentor, así como yo me amé más a mí mismo que a mi Creador. Con la segunda cuerda unamos tu cabeza y mis pies, y con la tercera mi cabeza y tus pies.

Después vi al mismo demonio, que tenía tres agudas uñas en cada pie, y le dijo al rey: Hermano, porque tuviste ojos para ver el camino de la vida, y conciencia para discernir el bien del mal, mis dos uñas entrarán y taladrarán tus ojos, y la tercera uña entrará en tu cerebro, y con esto estarás tan fatigado, que quedarás completamente debajo de mis pies; porque fuiste creado para ser mi señor, y yo la pena de tus pies. También tuviste dos oídos para oir el camino de la vida, y boca para hablar lo provechoso al alma; mas porque menospreciaste oir y hablar de la salvación de tu alma, dos uñas de un pie mío entrarán en tus oídos, y la tercera entrará en tu boca, y serás tan atormentado, que todo te será amarguísimo, porque antes, cuando ofendiste a Dios, todo te parecía dulce.

Dicho esto uniéronse al punto en la forma indicaba la cabeza, los pies y el ombligo del rey con la cabeza, pies y ombligo del demonio, y unidos ambos de esta suerte, en un punto bajaron al abismo. Entonces oí una voz que decía: Qué tiene ahora el rey de todas sus riquezas? Positivamente nada, sino el daño que le han hecho. ¿Qué tiene de su honra? Nada, sino la vergüenza. ¿Qué tiene de la codicia con que ambicionaba el reino? Nada, sino la pena, pues fué ungido con el óleo santo, y consagrado con palabras santas, y coronado con corona real, para que honrase las palabras y hechos de Dios, defendiese al pueblo del Señor, y supiera también que él estaba siempre bajo los pies de Dios, y que este Señor era su remunerador. Mas porque menospreció estar bajo los pies de Dios, ahora está bajo los pies del demonio; y porque cuando pudo no quiso redimir con buenas obras su tiempo mal empleado, ahora no será ya tiempo oportuno.

Después de esto hablaba la Justicia desde el libro que estaba en el púlpito, y me decía: Todas estas cosas que se te han manifestado con tanto detalle, acaecen delante de Dios en un solo punto. Mas porque tú eres corporal, es menester que las inteligencias espirituales se te muestren por medio de semejanzas corporales. Así, pues, que el rey, el ángel y el demonio te hayan parecido hablarse mutuamente, no es otra cosa más que las inspiraciones e infusiones del espíritu bueno y del malo hechas al alma del rey, o por sí misma, o por sus consejeros y amigos. El clamar el demonio y decir: Ya esta taladrado, cuando decía el rey que quería poseer todo lo que estaba sujeto a la corona de cualquiera manera que hubiese sido adquirido, sin cuidarse de la justicia, debe entenderse que entonces la conciencia del rey era taladrada con el hierro del demonio, esto es, con la obstinación del pecado, cuando el mismo rey no quiso examinar ni discutir qué era lo que justamente pertenecía al reino, y qué no, y cuando no se cuidó indagar la justicia que para poseer el reino tenía.

Se le echó el garfio al alma del rey, cuando prevaleció tanto en su alma la tentación del demonio, que hasta la muerte quiso permanecer en su malicia. El martillo que vino a disposición del rey después del garfio, significa el tiempo para contrición que se le dió al mismo rey; pues si este hubiera dicho: He pecado; no quiero retener a sabiendas por más tiempo lo mal adquirido, y me enmendaré para en adelante; al punto el garfio de la justicia habría sido destrozado con el martillo de la contrición, y el rey habría venido a buen camino y buena vida.

El clamor del demonio diciendo: Ya el rey me da la lengua, y al instante se le puso un lazo al rey, que no quería repararar el honor de la persona a quien había difamado; debe entenderse, que todo el que a sabiendas vitupera e infama a su prójimo para extender su propia fama, es regido por espíritu diabólico y debe ser aprisionado con un lazo como un ladrón. El agudo hierro que se presentó delante del rey después del lazo, significa el tiempo que se le dió para enmendar y corregir su mala voluntad y para hacer obras virtuosas. Pues cuando con buena voluntad corrige el hombre y enmienda su pecado, semejante voluntad es como afiladísimo hierro, con el cual se corta el lazo del demonio y se alcanza el perdón de los pecados. Si el rey hubiese mudado su voluntad y hecho justicia a aquel hombre injuriado y disfamado, al punto se habría roto el lazo del demonio; pero por haber afirmado su voluntad en el mal propósito, justicia de Dios fué que se obstinase más.

Viste, en tercer lugar, que pensando el rey echar en su reino nuevas contribuciones, se le vertió en las manos un veneno, lo cual significa que las obras del rey eran dirigadas por el espíritu diabólico y por perversas sugestiones. Porque así como el veneno produce inquietud y enfriamiento en el cuerpo, igualmente el rey andaba agitado e inquieto con malignas sugestiones y desasosiegos, indagando los medios de obtener las posesiones y bienes ajenos y el dinero de los pasajeros; pues cuando dormidos éstos creían tenerlo en su bolsa, al despertar lo veían en poder del rey. El vaso que vino después del veneno, significa la sangre de Jesucristo, con la cual se vivifica todo enfermo.

Si el rey hubiese bañado sus obras en la consideración de la sangre de Jesucristo y hubiera pedido el auxilio de Dios y dicho: Señor Dios que me creasteis y me redimisteis, sé que por permisión vuestra subí al reino y a la corona. Derribad a los enemigos que me atacan y pagad mis deudas, porque no son suficientes los recursos del reino: yo le hubiera hecho fáciles de llevar sus cargas y trabajos. Mas por haber deseado lo ajeno, queriendo parecer justo, cuando sabía que era injusto, le dirigió el demonio su corazón y le persuadió a obrar contra las constituciones de la Iglesia, a promover guerras y a defraudar a los inocentes, hasta que desde el púlpito de la Majestad Divina la justicia pidió contra él juicio y equidad.

La rueda que se movía según el estado del rey, significa la conciencia de éste, la cual, a estilo de una rueda se movía unas veces hacia la alegría, otras hacia la tristeza. Las cuatro rayas que en la rueda había, significan las cuatro diferencias de voluntad, que está obligado a tener todo hombre, a saber: perfecta, fuerte, recta y racional. Voluntad perfecta es amar a Dios y quererlo tener sobre todas las cosas, y ésta debe estar en la primera y principal raya. La segunda voluntad es desear el bien para el prójimo y obrar con él como con uno mismo por amor de Dios; y esta voluntad debe ser fuerte, para que no se quebrante por odio o por avaricia. La tercera voluntad es querer abstenerse de los deseos carnales y desear las cosas eternas: esta voluntad debe ser recta, para que no procure agradar a los hombres, sino a Dios; y ha de estar escrita en la tercera raya.

La cuarta voluntad es no querer poseer el mundo, sino de un modo racional y solamente para lo necesario. Dando vuelta a la rueda, apareció en la raya que estaba hacia arriba, que el rey había amado los deleites del mundo y menospreciado el amor de Dios. En la segunda raya estaba escrito, que amó los honores y la gente del mundo. En la tercera raya hallábase escrito el amor que desordenadamente tuvo a los bienes y riquezas del mundo. En la cuarta no había nada escrito, sino que toda estaba en claro, y en ella hubiera debido haber estado escrito el amor de Dios sobre todas las cosas. Por consiguiente, el hallarse vacía esta cuarta raya significa la falta de amor y de temor de Dios, pues por el temor es atraído Dios al alma, y por el amor se fija Dios en el alma buena. Pues aunque el hombre en toda su vida no hubiera jamás amado a Dios, y cuando estuviese para expirar, dijera de toda corazón: Dios mío, pésame de todo corazón de haber pecado contra vos, dadme vuestro amor, y me enmendaré para lo sucesivo, este hombre con semejante amor no iría al infierno. Luego porque el rey no amó a quien debió, tiene ya la recompensa de su mal amor.

Al lado derecho de la justicia vi después a aquel otro rey que estaba en el purgatorio, el cual se asemejaba a un niño recién nacido, que no puede moverse y sólo levanta los ojos. Al lado izquierdo del rey vi que estaba el demonio, y tenía la cabeza como un fuelle con un cañón largo, los brazos como dos serpientes, las rodillas como una prensa, y los pies como un garfio largo. A la derecha del rey había un hermosísimo ángel dispuesto para prestar auxilio. Oí entonces una voz que decía: Este rey aparece ahora como su alma estuvo dispuesta cuando se comparó del cuerpo. Enseguida dijo en alta voz el demonio al libro que estaba en el púlpito: Aquí se ve algo maravilloso. El ángel y yo esperábamos el nacimiento de este niño, él con su pureza, y yo con toda mi impureza. Después de nacer el niño, no para la carne, sino de la carne a la eternidad, apareció en él una inmundicia, la cual detestándola el ángel, no pudo tocar al niño; pero yo, porque cayó en mis manos, le toco; mas no sé adónde lo he de llevar, porque mis tenebrosos ojos no lo ven a causa del resplandor de cierta claridad que sale de su pecho. Mas el ángel lo ve, y sabe adónde ha de llevarlo, pero no le puede tocar. Por consiguiente, tú que eres justo Juez, dirime nuestra contienda.

Respondió la palabra del libro que estaba en el púlpito, y dijo: Tú que estás hablando, di por qué cayó en tus manos el alma de ese rey. Y respondió el demonio: Tú que eres la misma Justicia, dijiste que nadie entra en el cielo, sin que antes haya restituído lo que injustamente ha quitado; y esta alma se halla toda manchada con lo injustamente adquirido, de tal modo, que todas sus venas, huesos, carne y sangre se sustentaron y crecieron con manjares injustamente adquiridos. Dijiste en segundo lugar, que no debían acumularse tesoros que la polilla y el orín destruyen, sino los que permanecen por toda la eternidad. Pero en esta alma estaba vacío aquel sitio, donde debía hallarse escondido el tesoro celestial, y estaba lleno aquel sitio donde se alimentaban las sabandijas y los gusanos. Dijiste, en tercer lugar, que el prójimo debe ser amado por amor de Dios. Pero esta alma amó su cuerpo más que a Dios, y nada se cuidó del amor del prójimo; porque mientras vivió en la carne, se complacía en apoderarse de los bienes ajenos, y lastimaba los corazones de sus súbditos, sin atender a los perjuicios de los demás, con tal que tuviera abundancia de todo. Hizo también cuanto le agradó, mandó lo que quiso y en nada guardó equidad. Estas son las principales causas, porque hay otras innumerables.

Entonces respondió la palabra del libro de la Justicia, y dijo al ángel: Oh tú, ángel custodio del alma, que estás en la luz y ves la luz, ¿qué derecho o poder tienes para ayudar esta alma? Y contestó el ángel: Tuvo esta una fe santa, y creyó y esperó que todo pecado se borraría por la contrición y confesión; y también os temió a vos, que sois su Dios, aunque menos de lo que hubiera debido. Habló otra vez la Justicia desde el libro y dijo: Oh tú, ángel mío, ya te es permitido llegarte al alma, y a ti, oh demonio, te es permitido ver ahora la luz del alma. Indagad ambos qué es lo que amó esa alma, mientras vivía en el cuerpo y tuvo sanos todos sus miembros. Y respondieron ambos, esto es, el ángel y el demonio: Amó el mundo y las riquezas. Entonces dijo desde el libro la Justicia: ¿Qué amó, cuando estaba angustiada con la fatiga de la muerte? Respondieron ambos: Se amó a sí mismo, porque se angustiaba con la flaqueza de la carne y con la aflicción del corazón, más que con la Pasión de su Redentor.

Y volvió a decirles la Justicia: Indagad todavía qué fué lo que amó y pensó en el último instante, cuando todavía era dueña de su conciencia y entendimiento. Y respondió el ángel solo: Esa alma pensó de este modo: ¡Ay de mí! dijo, que siempre he sido muy audaz contra mi Redentor. ¡Ojalá tuviese yo algún tiempo para poder dar gracias a Dios por sus beneficios! Más que el dolor de mi carne, me pesa el haber pecado contra Dios, y aunque no alcanzara el cielo, querría sin embargo servir a mi Dios. Y respondió desde el libro la Justicia: Puesto que tú, demonio, no puedes ver el alma a causa de la claridad de su resplandor; ni tú, ángel, puedes tocarla en razón a su inmundicia; justo es que tú, demonio, la purifiques. Y tú, ángel, consuélala, hasta que sea introducida en la claridad de la gloria. Y a ti, alma, te es permitido ver al ángel, y recibir de él consuelo, y serás también participante de la sangre de Jesucristo, y de las oraciones de su Madre y de la Iglesia.

Acto continuo dijo el demonio al alma: Puesto que has venido a mis manos llena de manjares y de bienes mal adquiridos, ahora te vaciaré con mi prensa. Entonces puso el demonio el cerebro del rey entre sus rodillas, semejantes a una prensa, y apretó fuertemente a lo largo y a lo ancho, hasta que los sesos se le quedaron tan delgados como las hojas de los árboles. En seguida le dijo otra vez el demonio al alma: Puesto que está vacío el sitio donde debía haber virtudes, yo lo llenaré. Puso entonces en la boca del rey un cañón de fuelle, sopló con fuerza y lo llenó todo de horroroso viento, de modo que todas las venas y nervios del rey se rompían miserablemente. Por tercera vez dijo el demonio al alma del rey: Porque no tuviste piedad ni misericordia con tus vasallos, que hubieran debido ser como hijos tuyos, mis brazos te atormentarán mordiéndote; porque como tú mortificaste a tus súbditos, del mismo modo mis brazos, semejantes a serpientes, te despedazarán con grandísima aflicción y horror.

Después de estas tres penas, la de la prensa, la del fuelle y la de las serpientes, como el demonio quisiese agravar estas mismas penas y principiar desde la primera, vi entonces que el ángel de Dios extendía sus manos sobre las del demonio para que no la oprimiese tanto como la vez primera; y así, cada vez el ángel del Señor iba mitigando aquellas penas. Después de cada pena albaza el alma los ojos hacia el ángel, sin hablar nada, aunque indicando en su gesto que por aquel ángel era consolado y pronto se libraría. Me habló después la palabra del púlpito, y me dijo: Todo esto que tan minuciosamente se te ha manifestado, pasa delante de Dios en un solo momento; mas, por ser tú corporal, se te muestran todas estas cosas por medio de semejanzas. Y aunque este rey ambicionó las honras del mundo y tomar lo que no le pertenecía, sin embargo, porque temío a Dios, y por temerlo dejó de hacer algo que le agradaba, este mismo temor lo atrajo al amor de Dios. Por consiguiente, has de saber que hombres complicados en muchas maldades alcanzan contrición antes de la muerte, y esta contrición puede ser tan perfecta, que no sólo se les perdone el pecado, sino hasta la pena del purgatorio, si mueren en esa misma contrición.

Mas ese rey no alcanzó el amor de Dios hasta el último trance de su vida, cuando desfalleciendo las fuerzas y el conocimiento, obtuvo por mi gracia una inspiración Divina, por la que se dolió más de no haber honrado a Dios que de sus aflicciones y penas. Y este dolor significaba aquella luz, con la que deslumbrado el demonio, no sabía adónde debería llevar el alma del rey; mas no dijo que estaba a obscuras porque no tenía inteligencias espirituales, sino que admirábase de ver en aquella alma tanta claridad de luz y tanta inmundicia. Pero el ángel bien sabía adónde hubiera llevado el alma, pero no podía tocarla antes que estuviese purificada, según está escrito: Nadie verá el rostro de Dios si antes no estuviere limpio.

Seguíame hablando la palabra del púlpito, y me decía: Lo que viste que el ángel extendía sus manos sobre las del demonio para que no agravase las penas, significa el poder del ángel sobre el del demonio, con cuyo poder refrena su malicia, porque este no guardaría moderación ni límite alguno en castigar, si no estuviera refrenado por el poder de Dios. Y así, hasta en el infierno usa Dios de misericordia; porque aunque los condenados no tendrán redención, ni perdón, ni consuelo, con todo, porque no son castigados sino según sus merecimientos y como es justicia, resalta aquí la gran misericordia de Dios, porque de otra manera no tendría el demonio templanza ni moderación en hacer daño.

El parecerte ese rey un niño recién nacido, significa que quien quisiere nacer de las vanidades del mundo a la vida celestial, debe ser inocente, y con la gracia de Dios ir creciendo en virtudes hasta llegar a la perfección. Y el levantar el rey los ojos hacía el ángel, significa que por medio de su ángel custodio recibía consuelo y gozo con la esperanza, porque esperaba que había de llegar a la vida eterna. De esta suerte se entienden las cosas espirituales por medio de semejanzas corporales; pues ni los ángeles ni los demonios, siendo espíritus, tienes tales miembros, ni esa manera de hablar; pero con esas semejanzas se declará a los ojos corporales su malignidad o su bondad.

Me hablaba después la palabra del púlpito, y me decía: El púlpito que has visto significa la misma divinidad, a saber: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El no haber podido tú comprender la longitud, ni la latitud del púlpito, su profundidad ni su altura, significa que en Dios no se puede encontrar principio ni fin; porque Dios es sin principio, y era y será sin fin. Y el que cada color de los referidos tres colores se veía en el otro, y sin embargo, cada color se distinguía del otro, significa que Dios Padre existe eternamente en el Hijo y en el Espíritu Santo, el Hijo en el Padre y en el Espíritu Santo, y el Espíritu Santo en ambos, con una sola naturaleza verdadera, y distintos en la propiedad de las personas. El color que se veía sanguíneo y rojo significa el Hijo, el cual, dejando ilesa la divinidad, tomó en su persona la naturaleza humana.

El color blanco significa el Espiritu Santo, por quien se hace la absolución de los pecados. El color de oro significa el Padre, el cual es principio y perfección de todas las cosas; no porque haya alguna más perfección en el Padre que en el Hijo, ni porque el Padre sea antes que el Hijo, sino para que entiendas que no es el mismo Padre el que es Hijo, sino una persona es el Padre, otra el Hijo y otra el Espíritu Santo, aunque una sola naturaleza; y por esto se te muestran tres colores separados y unidos: separados, por la diferencia de las personas, y unidos, por la unidad de naturaleza. Y como en cada color has visto los demás colores, y no has podido ver un color sin otro, ni en los mismos colores nada que sea antes o después, mayor o menor; igualmente en la Trinidad nada hay antes o después, mayor o menor, dividido o confundido, sino una sola voluntad, una sola eternidad, un solo poder y una sola gloria. Y aunque el Hijo proceda del Padre, y el Espíritu Santo de ambos, con todo, jamás existió el Padre sin el Hijo y sin el Espíritu Santo, ni el Hijo ni el Espíritu Santo sin el Padre.

Me hablaba más el Verbo y me decía: El libro que se veía en el púlpito, significa que la divinidad tiene una justicia y sabiduría eterna, a la cual no puede añadirse ni disminuirse nada. Este es el libro de la vida, el cual no está escrito como escritura que es y no fué, sino que la escritura de este libro siempre es. Porque en la divinidad existe lo que es sempiterno, y la inteligencia de todas las cosas presentes, pasadas y futuras, sin ninguna mudanza ni alteración, y nada le es invisible, porque todo lo ve. Que la palabra, según se dice, hablaba por sí misma, significa que Dios es el Verbo eterno, del cual dimanan todas las palabras, y en el cual se vivifican y subsisten todas las cosas. Y el mismo Verbo hablaba visiblemente y trataba con los hombres, cuando el Verbo se hizo carne.

La Madre de Dios ha conseguido que tengas esta visión divina. Y ciertamente es una misericordia prometida al reino de Suecia, que sus moradores oigan palabras salidas de los labios de Dios. Mas no es culpa de Dios que pocos admitan ni crean las palabras celestiales que el Señor te dice, sino culpa de los hombres, que no quieren dejar la frialdad de su alma; pues ni aun las palabras del Evangelio se llevaron a cabo con los primeros reyes de aquel tiempo, pero todavía llegará la época en que se cumplirán.

Por que castigó Dios al pueblo de Israel en el Desierto y no en Egipto.

Capítulo 8

Tres clases de hombres había en el pueblo de Israel, le dice el Señor a santa Brígida. Unos amaban a Dios y a Moisés: otros se amaban a sí mismo mas que a Dios; y estos otros no amaban a Dios ni a Moisés, sino solamente las cosas terrenales. Cuando este pueblo se hallaba en Egipto, todos se llamaban hijos de Dios e hijos de Israel, mas no todos servian a Dios con el mismo corazón. Igualmente, cuando fué voluntad de Dios sacar de Egipto a su pueblo, unos creyeron en Dios y en Moisés; pero otros se exasperaban contra Dios y contra Moisés, y por eso con unos manifestó el Señor su gran misericordia, y su justicia con los de corazón empedernido.

Pero acaso me digas ¿porqué el Señor sacó el pueblo, y no lo castigó más bien en Egipto, cuando sabía que aún no había llegado el tiempo de la misericordia, ni había llegado a su colmo la malicia de los hombres? A lo cual te contesto que Dios escogió el pueblo de Israel para instruirlo y probarlo en el desierto, como a escolares que necesitaban un pedagogo que los guiase con palabras y con obras. Y para que los discípulos fuesen instruidos con mayor perfección, fué mas conveniente el desierto que el Egipto, a fin de que no fuesen inquietados por los Egipcios en la enseñanza de la justicia de Dios, ni se criasen malamente entre las señales de misericordia que debían ocultarse a los ingratos.

También Moisés debió ser probado como maestro del pueblo, para que, quien se había manifestado a Dios, fuese igualmente conocido por sus discípulos a fin de que lo imitasen; y para que quien con la ignorancia del pueblo quedó más probado con las señales se hiciese más ilustre y fuese más conocido de todos. En verdad, te digo, que aun sin Moisés hubiera salido de Egipto el pueblo, y aun sin Moisés habría muerto. Mas a causa de la bondad de Moisés murió el pueblo con mayor benignidad y a causa del amor que Moisés tuvo a Dios, recibió el pueblo más sublime corona. Y no es esto de extrañar, pues en la muerte de todos padeció Moisés por la compasión que les tuvo. Dios, pues, difirió su promesa para probar el pueblo, y para que el Señor fuese conocido por sus señales, por su misericordia y por su paciencia, y para enseñanza de los venideros se manifestase también la ingratitud y mala voluntad del mismo pueblo.

Igualmente, muchos santos entraron en tierras de infieles por inspiración del Espíritu Santo, y no consiguieron lo que habían querido; mas no obstante, por su buena voluntad recibieron sublime corona; y por su paciencia y esta buena voluntad aceleró Dios el tiempo de la misericordia, y llevó a cabo más pronto el nuevo camino que aquellos emprendieron. Así, pues, siempre deben ser venerados y temidos los juicios de Dios, y hay que precaver en gran manera que la voluntad del hombre sea contraria a la de Dios.

El Salvador manda a decir al emperador de Alemania que estas revelaciones han sido dadas por El a santa Brígida, y hace de ellas alabanza.

Capítulo 9

Escribe, le dice Jesucristo a su esposa, de parte mía al emperador las siguientes palabras: Yo soy aquella luz que alumbré todas las cosas cuando se hallaban cubiertas con las tinieblas. Yo soy también aquella luz, que siendo visible por la divinidad, aparecí visible por la humanidad. Soy igualmente esa luz que te he puesto en el mundo como lumbrera para que en ti se encontrase mayor luz que en muchos otros, y para que como príncipe los encaminaras a todos a la piedad y a la justicia. Por tanto, me manifiesto a ti yo, la verdadera luz, que te hice subir a la silla imperial, porque así fué de mi agrado. Yo hablo con una mujer palabras de mi justicia y misericordia. Recibe, pues, las palabras de los libros que esta misma mujer ha escrito dictándolas yo, medítalas, y procura sea temida mi justicia, y mi misericordia sea deseada con discreción.

También has de saber tú, que posees el imperio, que yo Creador de todas las cosas dicté una regla para religiosas en honor de mi amantísima Madre la Virgen, y se la di a esta mujer que te escribe. Léela toda, y media con el Sumo Pontífice, para que esa regla dictada por mis propios labios, el que es mi Vicario en el mundo la apruebe delante de los hombres, así como yo, Dios, la aprobé delante de toda la corte celestial.

Manda Dios a santa Brígida que no tema manifestar al mundo estas revelaciones, y que ni se ensalze por las alabanzas ni se abata por los desprecios que puedan ocasionarle.

Capítulo 10

Tú que ves las cosas espirituales, le dice a la Santa el Hijo de Dios, no debes callar porque te vituperen, ni tampoco hablar porque te alaben los hombres, ni debes temer porque sean menospreciadas mis palabras que de un modo divino te he revelado, y no se cumplan al punto. Pues al que me desprecia, lo juzga la justicia, y al que me obedece, lo remunera la misericordia de dos modos: primero, porque se borra del libro de la justicia la pena del pecado, y segundo, porque se aumenta la recompensa según la satisfacción de los pecados. Y así, todas mis palabras van enviadas con la condición de que, si aquellos a quienes se envían las oyeren y creyeren, y además las pusieren por obra, entonces se cumplirán mis promesas.

Por tanto, como Israel no quiso seguir mis preceptos, dejó el camino derecho y breve y se fué por otro malo y escabroso, granjeóse el odio de todos, y muchos fueron al infierno, y varios están en el cielo. Igualmente acontece ahora; porque el pueblo de este reino, al cual he castigado, no se ha hecho más humilde ni más obediente por el castigo; sino a la inversa, más audaz contra mí y más contrario mío.

Después de esto, oí una voz del Eterno Padre, que decía: Oh Hijo mío, que con tu muerte libraste del infierno al linaje humano, levántate y defiéndete, porque muchos hombres y mujeres te han excluído de su corazón. Entra en tu reino con la sabiduría como Salomón; arranca de sus quicios las altas puertas con la fortaleza como Sansón; pon lazos ante los pies de los soldados; aparta con las armas a las mujeres, y arrojas a los poderosos delante de los pueblos, de suerte que no se escape ningún enemigo tuyo, hasta que, con verdadera humildad, vengan a pedir misericordia los que están obstinados contra ti.

Manifiéstase a santa Brígida el terrible juicio y espantosa sentencia dada contra un rey que aún vivía, con otras cosas muy para considerarse. No deje de leerse.

Capítulo 11

Hablaba a la Santa Dios Padre y le decía: Oye lo que te estoy hablando, y di lo que mando, no por honra ni vituperio tuyo, sino sobrelleva con la misma serenidad de ánimo al que te alabe como al que te vitupere, de suerte, que ni por el vituperio te muevas a ira, ni por la alabanza te engrías con soberbia. Pues digno es de honra el que eternamente es en sí mismo y fué, y por amor creó a los ángeles y a los hombres solamente para que muchos participasen de su gloria. Yo, pues, soy ahora el mismo en poder y voluntad que fuí cuando tomó carne mi Hijo, en el cuál estoy y estuve, y él en mí, y el Espíritu Santo en ambos; y aunque fué cosa oculta al mundo que era Hijo de Dios, con todo, lo supieron varios.

Por consiguiente, has de saber que es justicia de Dios, la cual nunca tuvo principio, como tampoco el mismo Dios, que antes que viesen a Dios, se manifestara la luz a los ángeles, los cuales no cayeron por ignorar la ley y la justicia de Dios, sino porque no quisieron retenerla y observarla. Sabían que todos cuantos amasen a Dios, verían a Dios y permanecerían con él para siempre; y que los que aborrecieran a Dios, serían castigados eternamente, y nunca lo habían de ver en su gloria; y con todo, su ambición y codicia prefirió aborrecer a Dios y el paraje donde serían premiados, antes que amar al Señor, para tener perpetuo goce. La misma justicia hay respecto al hombre, que con los ángeles hubo. El hombre, pues, debe primeramente amar a Dios, y después verlo; y así, mi Hijo quiso nacer por amor después de la ley de justicia, a fin de que por la humanidad fuese visible el que en su divinidad no podía ser visto. Dióseles también a los hombres, igualmente que a los ángeles, para que deseasen las cosas celestiales y aborreciesen las terrenas.

Por eso yo, Dios, visito a muchos de muchas maneras, aunque no se ve mi divinidad, y en muchas partes de la tierra he manifestado a muchas personas cómo podía enmendarse el pecado de cada país, y cómo debía alcanzarse la misericordia, antes de mostrar el rigor de mi justicia en esos parajes, mas los hombres no atienden ni hacen caso de nada de esto. También es justicia en Dios, que todos los que están sobre la tierra, esperen primero con confianza las cosas que no ven, y crean en la Iglesia de Dios y en su santo Evangelio; amen también sobre todas las cosas a Dios, que se las dió todas, y aun a sí mismo se entregó por ellos a la muerte, para que todos se alegraran eternamente con él. Por tanto, yo, el mismo Dios, hablo con quienes es mi voluntad, para que se sepa cómo deben enmendarse los pecados, y cómo se haya de disminuir la pena y aumentar la corona.

Vi después que todos los cielos eran como una casa, en la cual estaba sentado en un trono el Juez, y la casa estaba llena de servidores que alababan al Juez cada cual con su voz; pero debajo del cielo veíase un reino, y al punto resonó una voz que, oyéndola todos, dijo: Venid al juicio vosotros dos, ángel y demonio. Tú, ángel, que eres el custodio del rey, y tú, demonio, que eres gobernador del rey. Y al acabar de pronunciarse estas palabras, se hallaban delante del rey el ángel y el demonio. El ángel parecía estar como una persona triste, y el demonio como una alegre. Entonces dijo el Juez: Oh ángel, yo te designé por custodio del rey, cuando éste formó alianza conmigo e hizo confesión de todos los pecados que había cometido en su juventud, para que estuvieses más próximo a él que el demonio. ¿Cómo es que ahora te has alejado de él.

Y respondió el ángel: Oh Juez, yo estoy ardiendo en el fuego de vuestro amor, con el que alguna vez estuvo calentado el rey; pero cuando detestó y menospreció lo que le dijeron vuestros amigos, y se cansó de hacer lo que vos le aconsejasteis, entonces se fué retirando, según lo atraía su propio deleite, y alejándose de mí, se iba acercando por instantes a su enemigo. Y respondió el demonio: Oh Juez, yo soy el frío mismo, y tú eres el calor y el fuego divino. Y a la manera que cada cual que se acerca a ti, se hace más ardiente para las obras buenas, así el rey acercándose a mí, se ha hecho mas frío para tu amor, y mas ardiente para mis obras. Y dijo el Juez: Se le persuadió al rey a que amara a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a sí mismo. ¿Por qué tú me arrebatas el hombre, que yo redimí con mi propia sangre, y le haces que dañe a su prójimo no solamente en bienes temporales, sino hasta en la vida?

Respondió el demonio: Ahora me toca a mí hablar, y al ángel callar. Cuando el rey se apartó de tus consejos y vino a mí, le aconsejé, que se amara a sí mismo más que al prójimo, y que no se cuidase del provecho de las almas, con tal que tuviese la honra del mundo; ni atendiese que estaba necesitado o recibía engaño, con tal que sus amigos nadaran en la abundancia. Entonces dijo el Juez al demonio: Todo el que quisiere apartarse de ti podrá hacerlo, pues tú no puedes retener violentamente a nadie. Por tanto todavía enviaré al rey varios amigos míos que le adviertan el peligro en que se halla. Y respondió el demonio: Justicia es que todo el que quiera obedecerme, deba ser gobernado por mí; y por consiguiente, también enviaré yo al rey mis consejeros, y se verá a qué consejos se inclina más. Entonces le dijo el Juez: Ve, porque mi justicia es dar al verdugo lo que es suyo, y a el que es objeto de ella lo que se le debe en su causa.

Al cabo de algunos años volví a ver al Juez Jesucristo más disgustado que de costumbre y casi lleno de ira, y dijo al ángel y al demonio: Decid quién de vosotros dos ha vencido. Y respondió el ángel: Cuando fuí yo al rey con las inspiraciones divinas y vuestros amigos con palabras espirituales, al punto los mensajeros del demonio zumbaron en los oídos del rey, diciendo: ¿Quieres acaso privarte de tus bienes temporales y de tu honra, y de las almas y de los cuerpos, para que esos aduladores tuyos a quienes amas más que a ti mismo, no puedan prosperar y ser honrados?

Y consintiendo el rey con estas ideas, respondió a las inspiraciones de vuestros amigos: Bástame, que yo soy suficiente y muy entendido en cuanto a consejos aun sin vosotros: apartaos, pues, de mí llenos de rubor. Y de este modo el rey, volviéndonos la espalda y el rostro al enemigo, arrojó de sí a vuestros amigos después de infamarlos, llenarlos de injurias y hacerlos objeto de mofa para los amadores del mundo. Entonces dijo en alta voz el demonio: Oh Juez, ya me toca gobernar al rey y darle consejo por medio de mis amigos. Y respondió el Juez: Ve, y en cuanto te es permitido, aflige al rey, porque me ha provocado a indignación contra sí.

Transcurridos dos años después de esto, apareció otra vez el Juez, al cual acompañaban el ángel y el demonio, y éste le decía: Oh Juez, sentencia, pues yo proclamaré la justicia; porque tú eres la caridad misma, y por tanto no debes estar en el corazón donde se hallan arraigadas la envidia y la ira. Tú eres la sabiduría misma, y así, no debes estar en el corazón de quien desea atentar contra la vida de los prójimos, contra sus bienes y su honra. Tú eres también la verdad misma, y por consiguiente, no te corresponde morar con el hombre que con juramento ha prometido hacer traición. Y puesto que ese rey te escupe como se escupe lo que es abominable, permíteme molestarlo y oprimirlo, para que se quede todo sin fuerzas, porque tiene por sabios mis consejos y se burla de los tuyos: deseo, pues, pagarle con esta recompensa, porque ha hecho mi voluntad; pero no puedo hacerle nada sin permiso tuyo.

Después de esto veíase al Eterno Juez con una maravillosa mudanza, y apareció refulgente como el sol y en el mismo sol leíanse estas palabras: virtud, verdad y justicia. La virtud decía: Yo lo crié todo, sin que precediesen méritos de nadie, y así, soy digno de ser honrado por mi criatura y de no ser menospreciado, soy también digno de alabanza por parte de mis amigos; y por mi caridad debo también ser honrado y temido por mis enemigos, porque los sufro con paciencia, sin que hagan mérito para ello, antes bien, son dignos de condenación. Por tanto, oh demonio, a mí me corresponde juzgarlos a todos según mi justicia, no según tu malicia.

En seguida habló la Verdad y dijo: Yo en mi divinidad tomé de la Virgen la humanidad, en la cual hablaba y predicaba a las naciones. También envié el Espíritu Santo a los ápostoles, y hablaba por sus lenguas, como en el día hablo a quien quiero por inspiraciones espirituales. Sepan, pues, mis amigos, que yo mismo que soy la verdad, he enviado mis palabras a un rey, y este las ha menospreciado. Por consiguiente, tú, demonio, oye ahora, pues quiero hablar, para que se sepa si ese rey ha obedecido mis consejos o tus persuasiones.

Voy a hablar de los consejos dados a ese rey , repitiendo ahora en pocas palabras lo que antes he dicho con más extensión. Se le aconsejó a ese rey que se guardase de todos los pecados prohibidos por la Iglesia santa, que observara ayunos moderados, que oyera y respondiese a sus súbditos, cuando se quejaran, y estuviese dispuesto a administrar justicia por amor de Dios, y a los pobres que la pidieran, y si tuviese demasiada abstinencia a fin de que por causa de ella no sufriera detrimento la gente de su reino y el gobierno de la républica, ni tampoco incurriese en excesos, a fin de que por causa de estos no se hiciese más remiso para dar audiencia a todos. Aconsejósele también al rey cómo había de servir a Dios y orar, y en qué días y tiempos debería desocuparse para gloria mía y provecho de todo su reino.

Se le aconsejó igualmente al rey en qué días había de llevar la corona real para honra de Dios, y que todos sus negocios, los tratase con varones amantes de la verdad y amigos de Dios, y que nunca a sabiendas fuese hollada la verdad ni la ley, ni impusiera a sus pueblos desacostumbradas contribuciones, a no ser para defender el reino y pelear contra infieles. Aconsejósele al rey que tuviese el número de criados y servidores según las rentas del Fisco en su reino y todo lo que sobrara, lo dividiese con los necesitados y con los amigos suyos. Y se le aconsejó, por último, que a los insolentes y necios los amonestara con prudencia, con palabras y con amor, y los corrigiera con vigor, y que amara a los prudentes y adelantados en el amor de Dios; que defendiese a los moradores del reino, distribuyese con discreción sus donativos, no disminuyera ni enajenara nada perteneciente a la corona, administrara recta justicia así a los suyos propios como a los extraños, amara al clero, uniese a sí la milicia por medio del amor y mantuviese en paz todos los pueblos de su reino.

Después de estas palabras respondió el demonio al Juez y le dijo: Y yo, por el contrario, le aconsejé al rey hacer a escondidas ciertos pecados que no se atrevía a hacerlos a las claras. Persuadile también a leer por largo espacio de tiempo muchas oraciones y salmos sin atención ni devoción de corazón, a fin de que alucinando así su conciencia y ocupándose de esta suerte, ni oyera las quejas de nadie ni hiciese justicia al injuriado. Persuadile igualmente al rey, a que menospreciando a los buenos varones de su reino, elevara a un hombre sobre todos, lo ensalzara sobre las demás, y de todo corazón lo amara más que a sí mismo, a que aborreciera aun a su propio hijo, a que gravase con exacciones todos los pueblos de su reino, a que matara varios hombres y despojara las iglesias.

Persuadile además, a que aparentando justicia, permitiera a cada cual hacer daño a otro, y que a cierto gran príncipe de otro reino, hermano mío ligado con juramento, le vendiese algunas tierras pertenecientes a su corona, a fin de que se suscitasen rebeliones y guerras, a que fuesen atribulados los buenos y justos, a que los malos se hundiesen más profundamente en el infierno, y los que han de purificarse en el purgatorio fueran más afligidos, también a que fuesen violadas las mujeres, robadas en el mar las naves, menospreciados los sacramentos de la Iglesia, continuada con mayor libertinaje la vida lujuriosa, y cumplida libremente mi voluntad. Así, oh Juez, por estos hechos ya consumados por el rey, y por otras muchas culpas, puede saberse y probarse, si ha obedecido a tus consejos o a los míos.

Habló después de esto la Justicia y dijo: Puesto que el rey aborreció la virtud y menospreció la verdad, te corresponde aumentarle de tu maldad algo malo, y yo debo por justicia disminuirle algo bueno de las gracias que le he dado. Y respondió el demonio: Yo, oh Juez, aumentaré y multiplicaré al rey mis dones, y en primer lugar le infundiré cierta pereza, para que no considere en su corazón las obras divinas, ni piense en los hechos y ejemplos de tus amigos. Y contestó la Justicia: Yo le disminuiré las inspiraciones de mi Espíritu Santo, y le quitaré los buenos pensamientos y recuerdos que antes tuvo.

Y respondió el demonio: Yo le infundiré osadiá para pensar y hacer pecados mortales y veniales sin ningún rubor ni vergüenza. Entonces dijo la Justicia: Yo le disminuiré la razón y el buen juicio, a fin de que no distinga ni discuta el pago y sentencia de los pecados mortales ni de los veniales. Respondió el demonio: Yo le infundiré cierto temor, para que no se atreva a hablar ni a proceder en justicia contra los enemigos de Dios. Dijo la Justicia: Yo le disminuiré la prudencia y la sabiduría en el obrar, de modo que en sus palabras y obras parezca más semejante a un necio y a un truhan, que a un hombre juicioso.

Entonces dijo el demonio: Yo le enviaré ansiedades y aflicciones de corazón, porque no prosperará según su deseo. Y dijo la Justicia: Yo le disminuiré los consuelos espirituales que en otro tiempo tuvo en sus oraciones y obras. Respondió el demonio: Yo le daré astucia para pensar ingeniosos recursos, conque envuelva y engañe a los que desea perder. Y dijo la Justicia:

Yo le disminuiré el entendimiento hasta el punto de que no mire por su propia honra y comodidad. Y respondió el demonio: Yo le daré tanta altanería mental, que hasta ha de alegrarse en su ignominia, en su daño y en el peligro de su alma, con tal que pueda prosperar temporalmente según desea. Dijo la Justicia: Yo le disminuiré la premeditación y asiento que en sus palabras y actos acostumbran a tener las personas juiciosas.

Entonces respondió el demonio: Yo le daré osadía mujeril, temor indecoroso y ademanes de tal suerte, que más se parezca a un cómico que a un rey coronado. Y dijo la Justicia: Digno es de ser juzgado el que se aparta de Dios, pues debe ser menospreciado por sus amigos, aborrecido de todo su pueblo, y desechado por los enemigos de Dios, porque abusó de los dones del amor divino, así espirituales como temporales.

Otra vez habló la Verdad y dijo: Estas cosas que se han manifestado, no lo son a causa de méritos del rey, cuya alma todavia no ha sido juzgada, aunque lo será en el último punto de su llamamiento.

Después vi que aquellas tres cosas, la virtud, la verdad y la justicia, eran idénticas al Juez que antes estaba hablando, y entonces oí una voz como de pregonero, la cual decía: Vosotros, cielos todos con todos los planetas, guardad silencio; y todos los demonios que estáis en las tinieblas, escuchad; y vosotros todos los demás que estáis en las osbcuridades, oíd, que el sumo Emperador se propone oir los juicios sobre los príncipes de la tierra. Y al punto aquellas cosas que vi, no eran corporales sino espirituales, y mis ojos espirituales se abrieron para oir y ver. Y entonces vi venir a Abraham con todos los santos nacidos de su generación, y vinieron todos los Patriartas y Profetas.

Vi después a los cuatro Evangelistas, cuya forma era semajante a los cuatro animales como se pintan en el mundo, los cuales sin embargo aparecían vivos y no muertos. Vi enseguida doce asientos, y en ellos a los doce Apóstoles, esperando el poder que iba a llegar. Venían después Adán y Eva con los mártires, confesores y demás santos descendientes de ellos: pero aun no se veía la persona de Jesucristo, ni a su bendita Madre, aunque todos estaban esperando que viniesen. Veíanse también la tierra y el agua elevarse hasta los cielos, y todas las cosas que en ellas había se humillaban e inclinábanse con reverencia al poder.

Vi después un altar que en el asiento de la majestad estaba, y un cáliz con vino y agua, y pan a semejanza de la hostia que se ofrece en nuestros altares. Y entonces vi que en una iglesia del mundo, cierto sacerdote comenzaba una misa revestido con el traje sacerdotal, el cual después de concluir todo lo perteneciente a la misa, antes de llegar a las palabras con que se bendecía el pan, vi como que el sol y la luna, las estrellas con todos los planetas, y todos los cielos con su cursos y movimientos, alternando las voces resonaban con dulcísima entonación, y oíase todo el canto y armonía. Veíanse también innumerables clases de músicos, cuyo dulcísimo sonido es imposible al sentido comprenderlo ni explicarlo. Los que estaban en la luz, miraban al sacedote e inclinábanse ante el poder con honra y reverencia; y los que estaban en las tinieblas, espantábanse y temían. Cuando el sacerdote hubo pronunciado sobre el pan las palabras de Dios, parecíame que el mismo pan estaba en el asiento de la majestad en las tres figuras, permaneciendo no obstante en manos del sacerdote. Y este mismo pan se convertía en un cordero vivo, en el cual aparecía el rostro de un hombre, y dentro y fuera del cordero y del rostro veíase una llama ardiente. Fijaba yo la vista con atención, y mirando el rostro, veía en él al cordero; y mirando al cordero, veía en él el mismo rostro, y la Virgen estaba sentada con el cordero coronado, y servíanles todos los ángeles, los cuales eran en tan gran muchedumbre como los átomos del sol, y del cordero salía un resplandor maravilloso.

Era también tan grande la muchedumbre de las almas santas, que mi vista no podía abarcar su longitud, su latitud ni su profundidad; y vi también muchos tronos vacíos, que todavía han de llenarse para honra de Dios. Oí entonces una voz venida de la tierra y salida de infinitos millares de seres que clamaban y decían: Oh Señor Dios, Juez justo, juzgad a nuestros reyes y príncipes, mirad el derramamiento de nuestra sangre, y las angustias y lágrimas de nuestras mujeres e hijos. Ved nuestra hambre y desventura, nuestras heridas y nuestro cautiverio, ved los incendios de nuestras casas, las violencias y atropello de las doncellas y de las mujeres. Mirad los desacatos de las iglesias y de todo el clero, y ved las engañadoras promesas de los príncipes y de los reyes, las traiciones y los impuestos que exigen con ira y violencia, porque no se cuidan de los muchos millares de seres que mueren, con tal de que puedan ensanchar su soberbia.

Clamaban después del infierno infinitos millares de espíritus, y decían: Oh Juez, sabemos que eres Creador de todas las cosas. Juzga, pues, a los señores a quienes servimos en la tierra, porque nos han sumergido más profundamente en el infierno. Y aunque te deseamos el mal, no obstante, la justicia nos obliga a decir la verdad. Esos nuestros señores temporales nos amaron sin amor de Dios, porque no se cuidaron de nuestras almas más que de los perros, y les fué indiferente el que te amáramos o no a ti, que eres Dios Creador de todas las cosas, y solamente deseaban ser amados y servidos por nosotros. Son, pues, indignos del cielo, porque no se cuidan de ti, y dignos del infierno, porque nos perdieron, a no ser que los socorra tu gracia, y de consiguiente, desearíamos padecer aún mucho más de lo que padecemos, con tal de que nunca tuviera fin la pena de ellos.

En seguida los que estaban en el purgatorio, hablando por semejanzas, decían: Oh Juez, nosotros merecimos ser enviados al purgatorio por la contrición y buena voluntad que al final de la vida tuvimos; y por tanto, nos quejamos de los señores que todavía viven en la tierra, porque éstos debieron habernos dirigido y amonestado con palabras y correcciones, y habernos enseñado con saludables consejos y ejemplos; pero más bien nos impelían y provocaban a las malas obras y a los pecados; y así, por causa de ellos es ahora más grave nuestra pena, más larga su duración, y mayor la aflicción y la ignominia.

Habló después Abraham juntamente con todos los patriarcas, y dijo: Oh Señor, lo que más deseábamos nosotros era que vuestro Hijo naciese de nuestra progenie, el cual ahora es menospreciado por los príncipes de la tierra; por consiguiente, pedimos justicia contra ellos, porque ni miran vuestra misericordia, ni temen vuestro juicio. Hablaron entonces los profetas, y dijeron:

Nosotros profetizamos la venida del hijo de Dios, y dijimos que era menester que para libertar el pueblo naciese de una Virgen, fuese entregado, preso, azotado, coronado de espinas, y por último, muriese en una cruz, a fin de que se abriera el cielo y se borrara el pecado. Y puesto que ya se ha cumplido lo que dijimos, pedimos justicia contra los príncipes de la tierra que menosprecían a vuestro Hijo, el cual, por amor murió por ellos. Los evangelistas dijeron también entonces: Nosotros somos testigos de que vuestro Hijo cumplió en sí mismo todo lo que había sido anunciado. Los apóstoles decían igualmente: Nosotros somos jueces; por lo que nos corresponde sentenciar según la verdad; y así, a los que menosprecian el Cuerpo de Dios y sus mandamientos, los condenamos a la perdición eterna.

Después de esto, la Virgen que estaba sentada con el cordero, dijo: Oh dulcísimo Señor, tened misericordia de ellos. A lo cual respondió el Juez: No es justo negarte nada, pues los que dejaren de pecar e hicieren con digna penitencia, hallarán misericordia y apartaré de ellos mi juicio.

Vi enseguida, que aquel rostro que se veía en el cordero hablaba al rey y le decía: Yo hice contigo una gran misericordia, pues te manifesté mi voluntad, cómo te habías de dirigir en tu gobierno, y cómo te gobernarías a ti mismo con rectitud y prudencia. Te acariciaba también como una madre con dulces palabras de amor, y cual padre piadoso te amedrenté con amonestaciones. Pero, obedeciendo tú al demonio, me arrojaste de ti, como la madre que arroja al hijo abortivo, a quien no se digna tocar, ni acercarle al corazón ni a sus pechos. Por tanto, se te quitará todo el bien que se te ha prometido, y se le dará a un descendiente tuyo.

Hablóme después la Virgen que estaba sentada con el cordero, y me dijo: Quiero manifestarte cómo se te ha dado la inteligencia de estas visiones espirituales. Los santos de Dios recibieron de diferentes maneras el Espíritu Santo. Unos sabían anticipadamente el tiempo en que habían de acontecer aquellas cosas que se les mostraban, como fueron los profetas; otros santos sabían en espíritu lo que habían de responder a las personas que vinieran a ellos, cuando les preguntasen algo; estos otros sabían si estaban vivos o muertos los que residían muy lejos de ellos; y aquellos otros santos conocían también el resultado y término que podría tener cualquiera guerra, antes de entrar en ella los combatientes.

Mas a ti no te es lícito saber nada, más que oir y ver las cosas espirituales, y escribir lo que ves y decirlo a las personas a quienes se te manda. Ni tampoco te es permitido saber si están vivos o muertos a los que se te manda escribir; ni si obedecerán o no los consejos que les escribas, o la visión espiritual que por causa de ellos se te manifesta. Pero aunque ese rey haya menospreciado mis palabras, otro vendrá que las ha de recibir con honra y reverencia, y se valdrá de ellas para su salvación.

La santísima Virgen da a conocer tres clases de vicios por los que Dios afligía mucho a cierto reino, y cómo deban repararse.

Capítulo 12

Por tres pecados viene el castigo al reino, dice la Madre de Dios a santa Brígida; por la soberbia, por la incontinencia y por la codicia. Y así, Dios puede aplacarse con tres cosas, para que se abrevie el tiempo del castigo. La primera es, que todos tengan verdadera humildad en los vestidos, los cuales no deben ser demasiado largos a estilo de los de las mujeres, ni muy cortos como los de los bufones, ni muy costosos, vanos e inútiles, que hayan de abrirse o rasgarse, porque todo esto desagrada a Dios.

Los cuerpos también deben llevarlos tan honestos, que ni por ostentación aparezcan más voluminosos de lo que Dios los ha criado, ni más cortos o más delgados por medio de ligaduras o ataduras y otros artificios, sino que todo sea para provecho y honra de Dios. También las mujeres deben dejar los vestidos ostentosos que han adoptado por soberbia y vanagloria, porque a las mujeres que desprecian las antiguas y loables costumbres de su patria, les ha sugerido el demonio nuevos abusos y adornos indecentes en la cabeza, en los pies y en todo su cuerpo, para excitar la lujuria e irritar a Dios.

Lo segundo es, que den limosna con ánimo alegre. Lo tercero es, que cada sacerdote de las parroquias una vez al mes por un año entero celebren la misa de la Santísima Trinidad, a cuya misa deben concurrir todos sus feligreses confesados y contritos, y aquel día han de ayunar, orando y pidiendo con fervor, que les sean perdonados sus pecados y que se aplaque la ira de Dios. También los obispos durante este tiempo deben hacer todos los meses por sí mismos o por otros procesiones solemnes en sus iglesias catedrales, celebrando también misa de la Santísima Trinidad.

 

 

 

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